sábado, 21 de abril de 2018

¿Pseudociencia o sencillamente anticiencia?

En alguna ocasión, he dedicado alguna entrada en este blog al término “magufo”, que alude peyorativamente a practicantes de pseudociencias y/o pseudoterapias, y en general a “creyentes” de todo tipo. Bien, ya expresé lo poco de mi agrado que es el término, empleado con tal simpleza, que el usuario se suele poner a un nivel de irracionalidad similar al de todo aquel que pretende hacernos comulgar con sus creencias absurdas, y además lo hace en nombre todo lo contrario.

Por desgracia, y supuestamente en nombre de la ciencia y del librepensamiento, dos conceptos tal vez no equiparables, pero que sí deberían ir de la mano, hay quien actúa de forma elitista e inquisitorial. Precisamente, lo que deberíamos tratar de combatir como herramientas imprescindibles para toda oposición al dogmatismo. Dicho esto, rechazada todo etiqueta insultante y simplista, me gustaría una vez más reflexionar sobre la pseudociencia y sobre ciertas terapias (que, efectivamente, no dejan de ser ‘creencias’, pero cuya relación con la ciencia es posible que a veces observemos de forma errónea). A menudo también aludimos, a la hora de juzgar ciertas teorías, al método falsacionista. Esto es, que la ciencia se dedica fundamentalmente, no a demostrar que algo es rigurosamente cierto, sino a “falsar”: si se demuestra que algo es falso, entonces hay que decir que no es científico. El falsacionismo, también criticado cuando se usa como método infalible, nos introduce en no pocos problemas, si queremos denominar “pseudociencia” a toda creencia o teoría, ya que no todas ellas se presentan utilizando reglas científicas. El ejemplo más obvio es la creencia en Dios (o en dioses), que va más allá de los meros hechos que puedan desmentirla. Es por eso que hay quien considera que ciencia y religión corresponden a ámbitos diferentes, regidos por normas distintas (no digo que sea, necesariamente, mi caso, aunque sí hay que tenerlo en cuenta). Dejemos a un lado lo que podemos llamar, estrictamente, creencia religiosa, aunque a veces las fronteras se diluyan cuando observamos a creyentes y prácticantes de todo tipo de terapias (más adelante, apuntaré sobre esto).

martes, 10 de abril de 2018

El miedo a la libertad

Erich Fromm escribió Miedo a la libertad, originariamente, en 1941; con esta obra, hizo un fundamental análisis de la relación del ser humano con la libertad, cambiante a lo largo de la historia, como demuestran las condiciones sociales y psicológicas para que emergiera el fascismo.

La modernidad, al menos en el mundo occidental, se ha caracterizado por el esfuerzo dirigido a romper las cadenas que atenazan a la humanidad, tanto en el ámbito político y económico, como en el espiritual. Podemos hacer una lectura en base a la lucha de clases, son los oprimidos los que tratan de conquistar nuevas libertades en directa oposición a aquella clase que quiere preservar privilegios. Erich Fromm consideraba que la aspiración a la libertad está arraigada en todos los oprimidos, los cuales expresan así un ideal que trate de abarcar a toda la humanidad. Sin embargo, esas clases que en una etapa luchan por su libertad frente a la opresión, acaban alineándose junto a los enemigos de la libertad al tener que defender los nuevos privilegios adquiridos. La lucha por la libertad está llena de obstáculos a lo largo de la historia, pero se convirtió en probable que el hombre pudiera gobernarse por sí mismo, pensar y sentir como le pareciera, y tomar sus propias decisiones. La abolición de la dominación exterior era una condición necesaria, aunque también parecía suficiente para alcanzar la plena libertad del individuo. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, que muchos vieron como el último conflicto para la humanidad, dio paso a nuevos sistemas autoritarios y a la sumisión de la mayoría de los individuos. Lo que Erich Fromm concluye en Miedo a la libertad es que los fascismos no fueron producto de una falta de madurez democrática, ni únicamente una apropiación del Estado por elementos indeseables, sino que gran parte de una generación se mostraba deseosa de entregar su libertad, al contrario que sus padres que habían luchado por ella.