martes, 15 de agosto de 2017

El peligro de ser ateo en ciertos países

Hay países donde manifestarse como ateo es un riesgo de muerte, uno de ellos es Pakistán. Omar, curiosamente llamado así en honor de uno de los califas más respetados del Islam, no siguió la tradición musulmana de sus ancestros e incluso llegó a fundar un grupo ateo en aquel país. No obstante, los miembros deben mostrar identidades ficticias ante el peligro que los rodea, ya que publicar en las redes sociales sobre ateísmo en Pakistán es un delito grave al ser considerado una blasfemia. Taimoor Raza, chií de 30 años, fue condenado a muerte en junio de este año después de discutir en Facebook sobre religión con alguien que resultó ser un agente antiterrorista. La acusación fue de difundir un discurso de odio convirtiéndose en la primera sentencia de este tipo en el país asiático, relacionada con las redes sociales, aunque los delitos de blasfemia se han sucedido en el pasado. Incluso, la población ha provocado en ocasiones linchamientos a los blasfemos, leyes promovidas desde lo alto, pero aparentemente sustentadas por las masas. Es lo que tiene la religión, que parece empujar a gente normal a sustentar sistemas de dominación y acabar haciendo barbaridades.

El caso de Omar es el primero en el que la ley se ocupa del ámbito cibernético, por lo que la represión se extiende e incrementa. Otro activista en las redes es Zahir, nombre obviamente ficticio, que habla en sus medios de política y ateísmo. Ha mantenido varias cuentas en Twitter, que han acabado bloqueadas a pesar de lo sutiles y razonadas que sean sus críticas. Es evidente que el Estado paquistaní ha declarado la guerra a todos aquellos que promueven el librepensamiento y  manifiestan críticas al fundamentalismo religioso (valga el pleonasmo). Hamza, otro pseudónimo, es un bloguero y creador de un foro online sobre ateísmo, que acabó detenido varias semanas, torturado y obligado a firmar una renuncia a sus actividades. La república islámica de Pakistán parece replegarse en el fundamentalismo, incrementar la represión a todo aquel que no sea un "buen ciudadano" (es decir, un "buen musulmán") y dejar bien claro que los que promuevan una sociedad libre se enfrentan incluso al asesinato legalizado. Un país donde el poder político y el religioso están fusionados como demuestra el hecho de que haya dos cosas intocables: el Ejército y el Islam. A pesar de ello, existen individuos y grupos, increíblemente valientes, que se reúnen clandestinamente para cuestionar el estado de las cosas.

Desgraciadamente, gran parte de las personas suele ser conservadora; no cuestiona la educación que ha recibido en aras de algo mejor, de una mayor libertad. Es el caso en Pakistán, exacerbado por la ausencia de laicismo, pero también de cualquier otro lugar del mundo; no es un problema solo del Islam o de una sociedad abiertamente religiosa, sino de cualquier enseñanza dogmática. Obviamente, existen muchos no creyentes en el mundo, pero en muchos lugares se les obliga a que respeten los rituales sociales, a que oculten su auténtico pensamiento. Por ello, debemos mostrarnos solidarios con estos activistas que desafían a la religión y al Estado. El gobierno de Pakistán ha descubierto que el delito de blasfemia es una inmejorable herramienta para preservar, no solo la tradición religiosa, también el poder político. En lo que va de este año 2017, al menos han sido secuestrados por el Estado seis activistas, después de publicar textos y fotos en las redes sociales sobre ateísmo. A pesar de este incremento de la represión, parece crecer también el ímpetu por defender un pensamiento libre en países en donde se juegan la vida con ello.

Hay que recordar que la tolerancia y la libertad religiosa, que preferimos denominar mejor libertad de conciencia es una conquista por parte de los que han promovido un pensamiento verdaderamente libre. No es ninguna concesión, por parte del poder religioso o político, sino que se ha conseguido en gran medida gracias a gente valiente y libre para manifestarse, a pesar de peligrar su integridad física. La historia no puede verse de manera simplista y maniquea, ya que incluso el muy idealizado periodo de la Ilustración en Occidente es digno de muchos matices. El mismo Voltaire, presentado a menudo como un adalid de la tolerancia, rechazaba a los ateos; la muy reivindicable obra de Jean Meslier fue difundida por él de manera sesgada cortando las partes más radicales, tanto en lo político, como en lo religioso. En la Declación Universal de Derechos Humanos figura la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, pero es necesaria la ampliación hacia el derecho a no profesar ninguna religión o creencia. Pero, por encima de todo, además del derecho, es imprescindible el "hecho" de pensar y actuar libremente, ya que muy a menudo las declaraciones, bienintencionadas o no, ocultan un gran problema real. Existen varios países donde manifestarse como ateo es un grave político, pero la hipocresía de los gobiernos y medios, supuestamente democráticos, es evidente al no ocuparse firmemente de la denuncia. El número de no creyentes y librepensadores en el mundo crece y no puede valorarse en su justa medida debido a esta grave situación.

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