lunes, 2 de enero de 2017

El cristianismo al descubierto

Paul Henri d'Holbach, crítico con el teísmo, pero también con el deísmo imperante en su época, abrazó un ateísmo radical, fundado en el naturalismo y en el materialismo; un pensamiento sin causa sobrenatural alguna. Para este autor, no hay inteligencia alguna detrás de la naturaleza y tampoco un propósito o finalidad. Su filosofía no puede entenderse sin liberarse el ser humano del temor y la superstición, tan presentes a lo largo de la historia. Una de sus principales obras, y un manifiesto muestra de este ateísmo radical, es El cristianismo al descubierto, donde muestra la imposibilidad de la existencia de Dios y las innumerables incoherencias de la doctrina cristiana y de las sagradas escrituras. La pasión atea de este autor de la Ilustración resulta sorprendente, demoliendo las visiones religiosas melifluas de Rousseau, Voltaire o Diderot. En su obra, tal y como afirma Michel Onfray, "podemos diferenciar fácilmente tres momentos teóricos con su temática propia: la deconstrucción del cristianismo, la elaboración
de un materialismo sensualista y ateo, y la propuesta de una política eudemonista y utilitarista. El conjunto constituye el programa más vasto posible de una filosofía de las Luces digna de tal nombre o, dicho en otros términos, del combate contra las supersticiones religiosas, filosóficas, idealistas, espiritualistas y metafísicas". En estos confusos tiempos posmodernos, donde la religión descubre tarde o temprano su cara fundamentalista, no se ha prestado a este autor la atención debida, en comparación con otros supuestos gigantes intelectuales de su tiempo, por lo que es el momento de revisar sus muy valientes y necesarios planteamientos liberadores. Veamos, como ejemplo, unos extractos de El cristianismo al descubierto (en otras ediciones, El cristianismo desvelado).


Los judíos dicen que era Jesús hijo de un soldado llamado Pandira o Panther, el cual sedujo a María, que era una costurera, casada con uno llamado Jochanan; o según otros, Pandira gozó muchas veces de María, supuesto está que su marido no la disfrutaba; se quedó embarazada, y el marido entristecido se marchó a Babilonia. Otros suponen que Jesús aprendió la magia en Egipto, desde donde vino a ejercer su arte en Galilea, y allí le quitaron la vida. Vease Pfeiffer, Theol. Judaica et mahometicae, etc. Principia, Lypsioe, 1687.-  Otros aseguran que Jesús fue un salteador de caminos, y se hizo jefe de ladrones.
[…]

Las diferentes naciones a que respectivamente pertenecieron los judíos, les habían imbuido en una multitud de dogmas hijos del paganismo; por esta razón la religión judaica, egipcia en su origen, adoptó los ritos, las nociones, y una porción de ideas de los  pueblos con quienes los judíos estuvieron en comunicación. No nos debe sorprender ver a los judíos, y a los cristianos, sus sucesores, imbuidos en las ideas de los fenicios, los magos o los persas, los griegos y los romanos. Los errores de los hombres en materia de religión tienen una semejanza general, y sólo se diferencian por sus combinaciones. El comercio de los judíos y cristianos con los griegos fue la causa de que conociesen la filosofía de Platón, tan análoga al espíritu romanesco de los orientales, y tan conforme al genio de una religión que tuvo por un deber no ceder jamás a la razón.
[…]

Cesen ya de ponderarnos los maravillosos progresos del cristianismo, cuyo objeto fue sólo la religión del pobre: por ello se anuncia un dios pobre, y se predicaba por pobres a pobres ignorantes, que se consolaban en su estado; sus ideas naturalmente lúgubres fueron análogas a la disposición de hombres desgraciados e indigentes.

La unión y la concordia, que tanto se admira en los primeros cristianos, deja de ser maravillosa; porque una secta naciente y oprimida se conserva siempre unida… ¿Cómo en estos primeros tiempos, perseguidos sus mismos sacerdotes y tratados como perturbadores, pudieron atreverse a predicar la intolerancia y la persecución? En fin los rigores de que se usó contra los primeros cristianos, no les pudieron obligar a mudar sentimientos, porque la tiranía irrita, y el espíritu del hombre es indomable, cuando se trata de opiniones en que supone cifrada su salvación. Este es el efecto infalible de la persecución. Sin embargo, los cristianos que se debieron desengañar, a ejemplo de sus sectarios, hasta el día no se han podido contener del furor de la intolerancia y de la persecución.

Convertidos al cristianismo los emperadores romanos, es decir, arrastrados por un torrente generalizado en aquella época, y que les obligó a servirse de los auxilios de una secta poderosa, entronizaron la religión; protegieron la Iglesia y sus ministros; quisieron que sus cortesanos adoptasen sus ideas; miraron con malos ojos a los que siguieron la antigua religión; insensiblemente llegaron hasta prohibir el ejercicio de ella, bajo pena de muerte. Se persiguió sin excepción a los que siguieron el culto de sus padres; y los cristianos pagaron con usura a los paganos los males que habían recibido de ellos.

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