sábado, 7 de octubre de 2023

La posmodernidad y las nuevas creencias

El malestar con la modernidad no es tan reciente como pudiera parecer en un primer momento. De hecho, puede decirse que el mismo desarrollo de la época moderna conlleva algunos movimientos más o menos de oposición. Es el caso del romanticismo, en el que se exhaltan los sentimientos y la subjetividad, frente a la razón ilustrada y la objetividad.

Cuando he hablado con personas del ámbito filosófico, siempre se alude a la posmodernidad como algo abstruso, que tal vez no terminan de comprender bien ni ellos mismos; en cualquier caso, hablamos de una crisis de los valores modernos, el desencanto debido a que hay poner en cuestión nociones como el progreso, la razón, la emancipación e incluso la ciencia. Es, en definitiva, una crisis de los grandes relatos, discursos, cosmogonías o ideologías; ya no existen grandes asideros a los que agarrarse, debido a lo cual se ha hablado también de la posmodernidad como "modernidad líquida". Todo esto nos lleva, y hablo por experiencia propia, de que los pensadores impregnados de posmodernidad, con alguna notable excepción, caigan en un relativismo no pocas veces extremo; debido a que la verdad es algo cuestionable, y no existe ninguna gran explicación definitiva a la que agarrarse, cualquier discurso les vale.
 
Es posible que la posmodernidad suponga un fárrago de mucho cuidado, que al común de los mortales le sea totalmente ajeno y que a tantos otros preocupados por el pensamiento y la praxis (social o política) le resulte más bien rechazable, por conservador o reaccionario (el desencanto conduciría a aceptar sin más lo establecido y no establecer campo de batalla alguno en ningún ámbito de la vida). Esto no es totalmente cierto, ya que existen personas que asumen el discurso posmoderno (o la aceptación de una época impregnada de él, más bien) para concluir que, si bien los grandes discursos (incluso revolucionarios) han muerto, puede establecer un compromiso con proyectos transformadores muy concretos. Uno de los paradigmas de los grandes discursos de la modernidad es el marxismo, que aseguró que llegaría el paraíso socialista y la emancipación del proletariado, y mejor no recordamos qué tuvimos en su lugar. La otra gran corriente revolucionaria de la modernidad, el anarquismo, no tuvo nunca ninguna propuesta totalizadora sobre la transformación de la realidad, por lo que se adecúa muy bien a lo postulados de la posmodernidad (si bien no renuncia en absoluto a la transformación social, es consciente de que la realidad es plural y poliédrica, y todo ello desde una perspectiva antiautoritaria).

Concluyendo, si la posmodernidad es sinónimo de desencanto y conservadurismo (desgraciadamente, gran parte de la sociedad parece manifestarse así), es plenamente rechazable. Si, en cambio, es una mera denominación para recordar que las promesas de la modernidad no se han cumplido y, precisamente, buscar nuevas mejoras de la realidad desde la perspectiva del siglo XXI, la cosa es muy diferente. Una buena definición sería una tensión entre las ideas de la modernidad y la época posmoderna, precisamente para buscar un mayor horizonte para la razón, el conocimiento y el progreso (asumiendo, claro está, que este no se produce de modo lineal, ni existe sentido ni fatalidad en la historia, una visión claramente religiosa luego secularizada). Se ha dicho también que la época posmoderna se caracteriza por una fuerte subjetividad (atomización, tal vez sería un término más adecuado), de tal manera que el individuo busca alguna forma de salvación personal en forma de libros de autoayuda, psicoterapias, medicina alternativa (claro, lo científico ya es cuestionable), meditación trascendental, etc. La posibilidad de la transformación social queda sustituida por alguna suerte de hedonismo (algo vulgar y frívolo, en nuestra opinión), la obsesión por el cuidado del cuerpo y de la mente (aunque muy alejado de la búsqueda de la cultura para la liberación, tal y como prometía la modernidad).

Es cierto que había algo pernicioso en la propia palabra, nos referimos a las grandes ideologías o "ideales", consustancial a la modernidad. Era como una eterna promesa de futuro en la que acababa sacrificándose el presente. Sin embargo, lo que nos ha traído en su lugar la posmodernidad parece, a priori, un escenario no menos terrible que esos paraísos truncados en distopías.  La solución no es dejar de pensar y buscar solo el placer inmediato (y el sentimiento frívolo), sino otorgar un mayor horizonte a la razón crítica, precisamente para buscar una mayor satisfacción en la vida (algo que, también, forma parte de lo placentero). La sustitución de la ética por la mera estética es, creo que no hace falta decirlo, la elusión de todo compromiso para profundizar en los problemas del mundo y tratar de cambiar las cosas. Por otra parte, la crisis de los grandes discursos totalizantes (recordemos que los principales eran los religiosos), algo de lo que nos alegramos, no puede abrir la puerta para todo tipo de creencias disparatadas.

Es como si, una metáfora que escuché en cierta ocasión, se hubiera acabado con el gran monarca (Dios o cualquier otro trasunto que hubiera traído la modernidad), pero no hubiéramos destruido el trono; de esa manera, en el mismo se sienta cualquier otra creencia. La crisis de las religiones, propia de la modernidad, ha supuesto otras formas de religiosidad más líquidas (el paradigma del New Age, y todo lo que traído después, es el ejemplo más disparatado). Sin que tengamos que pensar, como pretenden los religiosos tradicionales, que el ser humano necesita de formar sagradas a las que plegarse, hay que recordar que todas estas actitudes del ser humano en las sociedades "avanzadas" (el resto del mundo está demasiado ocupado sobreviviendo) son explicables por factores muy terrenales. En gran medida, el desarrollo de un sistema económico depredador y alienante puede dar razones de ello. Aceptamos de la posmodernidad su análisis, tal vez sería estúpido no hacerlo, pero precisamente para otorgar un mayor horizonte, aquí y ahora, a aquello que nos prometió la modernidad: la razón crítica, la emancipación social, el desarrollo del conocimiento… Nada de ello tiene que ver con la creencia religiosa ni con ninguna forma de sacralización o pseudoespiritualidad.

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