martes, 20 de octubre de 2015

El libre albedrío


No pocas veces, se acusa a las ideas anarquistas, con las que nos identificamos en este blog también a un nivel intelectual, de tener una confianza exacerbada en una supuesta voluntad libre del ser humano, algo de entrada ya muy cuestionable, que quiere identificarse con la vieja noción de "libre albedrío"; tal posición, no solo es errónea, sino que los anarquistas clásicos hicieron ya una crítica radical a lo que se considera un concepto reduccionista proveniente de la tradición religiosa y señalaron los condicionantes sociales para el ser humano. Para abordar con cierto rigor la cuestión hay que hablar también de otro concepto, aparantemente antitético, el determinismo.


En términos generales, podemos dar una definición de determinismo como la teoría que sostiene que todo lo que ha habido, hay y habrá, y todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, está de antemano fijado, condicionado y establecido, no siendo posible que suceda más que lo que este fijado de antemano, condicionado y establecido. Se entenderá lo importante de dicho concepto para una discusión sobre la libertad. Toda doctrina que sostenga que hay un destino ineluctable o que existe la predestinación es, como parece evidente, determinista, aunque es posible distinguir entre cualquiera de esas doctrinas y un determinismo en sentido estricto. Aunque la predestinación puede afectar a toda la realidad, tanto las ideas de destino, como de la propia de predestinación, parecen pertenecer al ámbito de las acciones humanas. En cambio, el determinismo abarca más campo, y puede hablarse del mismo en todos los fenómenos del universo. Por ello, se habla de un determinismo universal y se asocia casi siempre a la idea de causalidad que rige el universo entero. Ahora se entenderá la importancia de este concepto para la religión y para la ciencia.

Se puede hacer una distinción entre determinismo, en cuanto "causalismo", y teleología, en cuanto "finalismo". Aunque puede haber puntos en común entre los dos conceptos, el determinismo se asocia más frecuentemente a las causas eficientes y el finalismo, a las causas finales. El determinismo en la modernidad está vinculado a una concepción mecánica del universo y es característico de él su "universalismo", ya que suele referirse a todos los acontecimientos del universo. No obstante, habría que ser cauto para no reducir el determinismo a una definición errónea (como el considerar que "todo está ya dado" en un determinado sistema); veamos lo que pueden ser las características de un sistema determinista: el sistema debe ser cerrado, no admitir elementos externos que se inserten a él y alteren sus condiciones o su desarrollo; el sistema debe abarcar elementos, acontecimientos o estados del mismo tipo ontológico (si hablamos del mundo físico, elementos, acontecimientos o estados físicos); el sistema debe incluir secuencias temporales, de modo que se evite reducir las tendencias funcionales a dependencias del tipo manifestado por los sistemas formales deductivos; por último, el sistema debe poseer un conjunto de condiciones iniciales que, en el caso de admitir que el sistema cerrado es el único existente, no necesita estar él mismo determinado (ya que decir que está determinado por razones externas a él, supone insertar en él otro sistema). Las oposiciones al determinismo se han hecho desde puntos de vista éticos y antropológicos-filosóficos, tantas veces al creer que en caso de darse no existiría el libre albedrío (un concepto religioso, del que hablaremos más adelante), y por considerar que la libertad es necesaria en la existencia humana (una crítica más propia del existencialismo).

Es cierto que Proudhon parece apostar por el "libre albedrío", pero lo hace en oposición a cualquier proceso determinista y elaborando toda una teoría de la libertad, como fuerza concreta de la colectividad; el autor de ¿Qué es la propiedad? se negaba a aceptar cualquier apuesta por el progreso que anulara la iniciativa humana e inhibiera el acto creador.  Sin embargo, el concepto de libre albedrío, en su origen claramente religioso, será ya negado por Bakunin, ya que la libertad de la voluntad no es incondicional, existen un incontable número de acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, durante el desarrollo de una persona, que continúan formándole mientras vive; solo con un acto de la voluntad no podría romper esta concatenación que resulta incomprensible a la imaginación humana. El libre albedrío, o voluntad libre, no es para Bakunin más que otra mistificación histórica de origen religioso que habría alcanzado también a lo jurídico. Deducimos tal cosa si comprendemos que existen infinidad de causas precedentes al individuo, el cual es consecuencia de siglos de desarrollo físico y social de su especie, pueblo y familia transmitido mediante herencia y determinante de su naturaleza particular. El anarquista ruso negará entonces ese libre albedrío metafísica en aras de una libertad humana muy concreta, sociopolítica, basada en la unión de los mundos físico y social; es decir, la libertad por la que apuesta Bakunin se basa, tanto en el dominio sobre el entorno, como en el respeto por la leyes naturales, entendidas como una ciencia que debe abrir permanentemente nuevas perspectivas.

Kropotkin, en una línea similar, negará igualmente la existencia del libre albedrío y profundizará en las condiciones ambientales que moldean al ser humano. Rudolf Rocker diferenciaba entre la necesidad presente en el mundo físico, y en el desarrollo natural, y el mundo que había creado el hombre, condicionado por su pensamiento y por su voluntad; por supuesta, esta visión, nada tiene que ver con el "libre albedrío" y podemos considerarla deudora de la de Bakunin: unión del mundo físico (respeto por las leyes de la naturaleza) y del mundo social (dominio sobre las cosas externas). Las preocupaciones de Rocker, como buen anarquista, se dirigen hacia una serie de factores (ética, costumbres, política, formas de propiedad, condiciones de producción…), precisamente para escapar de toda necesidad histórica y social. La apuesta anarquista estriba, no en una voluntad incondicional del ser humano (que ya hemos visto que se niega por metafísica), sino en la importancia del deseo para mejorar las condiciones sociales; es algo de sentido común si tenemos alguna noción de progreso. El determinismo, al margen de la definición científica que ya hemos apuntado para un sistema muy determinado, se niega simplemente en el mundo humano; se trata de una forma de fatalismo, del tipo que fuere, que acaba anulando el impulso para la acción del ser humano. 

Bertrand Russell (Religión y ciencia) consideraba los conceptos de libertad y determinismo como antitéticos, aunque veremos que su visión no se acerca tampoco a la noción del "libre albedrío" o "libre voluntad". El determinismo puede verse desde dos puntos de vista: como una máxima práctica para guía de los investigadores científicos (la búsqueda de leyes causales, algo que constituye la esencia de la ciencia), y como una doctrina general respecto a la naturaleza del universo. En el primer caso, la búsqueda de leyes causales en el campo científico no implica una completa determinación del futuro por el pasado (podría ser completa si sabemos lo suficiente del pasado y sobre las leyes causales). En cualquier caso, si consideramos que el determinismo consiste en afirmar algo que puede hacerse probable o improbable mediante la prueba, debe ser enunciado en relación con nuestra capacidad humana. La idea de un Dios omnisciente, que puede saber de antemano todo el curso del futuro, es algo que obviamente está fuera de la verificación científica.

Para tener una doctrina que pueda verificarse no es suficiente decir que todo el curso de la naturaleza debe estar determinado por leyes causales; solo podemos verificar nuestra doctrina en relación con una parte finita del universo y las leyes serán lo suficientemente sencillas para poder hacer cálculos con ellas. Aunque eso resulta obvio, hay que decir que es más difícil enunciar un principio de manera que sea aplicable cuando nuestros datos se confinan a una parte finita del universo, ya que a veces aparecen factores externos que dan lugar a efectos inesperados. Vamos a ver cuál era la definición exacta que daba Russell al determinismo: "Hay leyes causales descubribles tales que, dados poderes de cálculo suficientes (pero no sobrehumanos), un hombre que sabe todo lo que está sucediendo dentro de una esfera y en un cierto tiempo puede predecir todo lo que sucederá en el centro de la esfera durante el tiempo que emplea la luz para caminar de la circunferencia de la esfera al centro" (el ejemplo era el lapso de un año, ya que la luz tardaría este tiempo en viajar de la circunferencia al centro). Russell aclara que no está diciendo que este principio sea cierto, sino que esto es lo que debe entenderse por determinismo; podría decirse que es un ideal que inspira a la ciencia. Naturalmente, lo que la gente entendía por determinismo, fuera de esta indagación científica propia de la modernidad, es algo menos definido.

Como hemos dicho anteriormente, numerosos autores han tratado de negar el determinismo en aras de la idea de una voluntad libre (o, al menos conciliar ambos conceptos). Russell consideraba que la ciencia parecía convertir en improbable la idea de una voluntad libre; aunque no negaba del todo su posibilidad, sí hacía muy probable que, de existir voliciones sin causa, habrían de ser muy raras. La importancia afectiva de la libre voluntad parece descansar en cierta confusión de ideas. No se tarda demasiado en imaginar que, si la voluntad tiene causas, podemos ser obligados a realizar cosas que no queremos. Russell dejaba claro este error: el deseo es la causa de la acción, aun si el deseo mismo tiene causas. Obviamente, resulta desagradable que nuestros deseos sean contrariados, pero no es más probable que esto suceda si son causados que si son incausados. Las leyes causales no nos imponen el sentimiento de impotencia; el poder o potestad consiste en ser capaz de obtener efectos propuestos, y ello no aumenta ni disminuye por el descubrimiento de las causas de nuestros propósitos. Incluso, los creyentes en la voluntad libre, de alguna manera, creen también en que la voliciones tienen causas; por ejemplo, creen que la virtud puede ser inculcada por una buena educación, o que los sermones contribuyen a un buen comportamiento.

Si verdaderamente se pensara que una voluntad virtuosa no tuviera causas, nada podría hacerse para promoverla. Puede decirse que, prácticamente, todo nuestro trato con los demás se basa en la suposición de que las acciones humanas resultan de circunstancias antecedentes. De ello se deriva la propaganda política, el derecho penal o toda obra escrita en aras de influir en la conducta; si se creyera de veras en la doctrina de la voluntad libre, que no existen causas en la conducta, nada de ello tendría sentido. Es absurdo pensar que algo no tiene causa, e incluso cuando el sujeto desconoce por qué hizo tal cosa, se investiga en su subconsciente para tratar de averiguarlo. Hay quien dice que la intronspección nos informa directamente de la libertad de la voluntad, algo que cuestiona Russell; las causas de los actos, como de otros acaeceres, deben descubrirse observando sus antecedentes y descubriendo alguna ley de secuencia. Cuestionar la noción de "voluntad" en este sentido, en el de negar las causas en la conducta, no supone obviamente negar la distinción entre actos "voluntarios" e "involuntarios". Existen movimientos corporales que pueden describirse como involuntarios, aunque controlables dentro de ciertos límites; otros, como caminar o hablar, son enteramente voluntarios. Las acciones voluntarias pueden ser causadas por antecedentes síquicos, aunque Russell niega que ello se vea como una clase peculiar de acaeceres tales como las llamadas "voliciones".

Lo que se quiere decir es que no hay contradicción en negar el determinismo y, al mismo tiempo, la voluntad libre. Ambas, constituyen doctrinas metafísicas que van más allá de lo que es científicamente verificable. Aunque las leyes causales son la esencia de la ciencia, y el determinismo puede ser una hipótesis de trabajo para el científico, solo se está obligado a afirmar que existen esas leyes donde se encuentran. Resultaría imprudente hacer lo contrario, aunque aún lo es más afirmar que existen regiones donde no operan las leyes causales. Desde un punto de vista teórico, esa aserción no puede ser nunca garantizada por el conocimiento; desde el punto de vista práctico, la afirmación de que no existen leyes causales en cierto campo desalienta la investigación y puede impedir el avance científico. Russell observaba esta doble imprudencia, tanto en los que afirman que los cambios en los átomos no son deterministas, como los que sostienen de manera dogmática la doctrina de la libre voluntad.

Ante el dogmatismo de uno u otro calibre, la ciencia debe mantenerse puramente empírica, no llevando la afirmación ni la negación más allá del punto verificado por la evidencia. Las controversias como las del determinismo y la voluntad libre surgen de pasiones fuertes, pero lógicamente irreconciliables. El determinismo abrió las puertas al poder, y por ello acabó siendo aceptada, porque saber que hay leyes causales nos supone cierto control sobre el devenir (al contrario que cuando se atribuían los desastres a fuerzas maléficas y caprichosas). Al mismo tiempo que gusta a muchos tener poder sobre la naturaleza, no les gusta que la naturaleza tenga poder sobre ellos, que existe cierta necesidad en los actos humanos. Hubo quien trató de conciliar el determinismo con la libertad con alguna artimaña dialéctica; otros, preservaron con comodidad la libertad en el mundo humano, y asignaron el determinismo al resto de la naturaleza. Aunque no hay razón para abrazar ninguna de esas perspectivas, tampoco la hay para establecer ninguna verdad (habitualmente, religiosa) combinando los rasgos amables de ambos conceptos, ni para creer que esa verdad sea determinable en algún grado por su relación con nuestros deseos.

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