miércoles, 22 de enero de 2014

¡Llámalo energía!

Este va a ser un apartado más que jugoso para nuestro blog y, con seguridad, protagonizará varias entradas. Las llamadas terapias energéticas, o que podemos decir que tienen su base en la energía, es uno de los principales tipos de medicina alternativa. Como en todas estas, excepto aquellas que hayan terminado formando parte de una visión amplia de la medicina (lo que podemos llamar “ciencia” o, simplemente, que funcione), los beneficios obtenidos son inexistentes más allá de la sugestión y del efecto placebo (dedicaremos a ello también su espacio).

Las terapias de energía emplean, principalmente, dos fuentes: las llamadas terapias del biocampo, las cuales sostienen que existe un campo de energía  que rodea y penetra en el cuerpo humano (por supuesto, no hay ninguna evidencia de que exista tal cosa, estamos de nuevo en un absurdo); en segundo lugar, están las terapias bioelectromagnéticas o magnoterapia,  que aseguran utilizar beneficiosamente los campos electromagnéticos.
Vamos a referirnos en primer lugar, brevemente,  ya que no hace falta mucho recorrido científico e intelectual,  a la magnetoterapia , que también recibe los nombres de magnoterapia o imanoterapia.  Como resulta obvio, nos encontramos con otra seudociencia de tomo y lomo, ya que no está demostrado que la exposición a campos magnéticos tenga efectos beneficiosos más allá de nuestro recurrente amigo el efecto placebo. No obstante, algunas personas recurren a este remedio alternativo  tratando de renunciar a los analgésicos, ya que se trata de un recurso sencillo y sin efectos secundarios para (supuestamente,  y trataremos a partir de ahora de no gastar el uso de este adverbio) aliviar el dolor muscular o articular. Recordemos una de la principales máximas de este ensayo, que refuta ingeniosamente, de manera sencila y efectiva, una de las simplezas argumentales de los defensores de la medicina alternativa: “Si no hay efectos primarios, cómo diablos va a haber efectos secundarios”.
Caso aparte merecen las llamadas terapias del biocampo, entre las que se encuentran el reiki, el chi kung, la cristaloterapia, el toque terapéutico  o la radiestesia, entre otras lindezas alternativas algunas de ellas de exótico origen y milenaria tradición (ojo, en Occidente también hay ciencia y técnicas terapéuticas totalmente obsoletas).  Antes de analizar algunas de estas terapias, las cuales se basan en el fondo en lo mismo, nos gustaría decir algo sobre la cultura oriental. Aunque, de forma obvia, muchas de estas terapias alternativas nacen en la modernidad, o se adaptan en Occidente en base a creencias orientales tradicionales,  alguna de ellas tiene un claro origen religioso (para nosotros, como ya habrá quedado claro a estas alturas, eso supone oler ya a chamusquina); en cualquier caso, la línea de separación entre medicina y religión, en los casos que nos ocupan, es muy fina y hay que hablar claramente  de “creencias”. Uno de los casos más evidentes es el del chi kung, que bebe de las tradiciones budista y taoísta asegurando tantas veces ser un método para alcanzar un mayor (y, por ser suaves, más que cuestionable) estado de “iluminación” y “espiritualidad” (con todo lo que tienen estas palabras de ambiguedad y polisemia, lo cual se traduce tantas veces en que nada significan sin un sostén mínimamente racional). Es decir, no negamos que el chi kung, o cualquier otra terapia en la que estén implicados el ejercicio físico y el control de la respiración, pueda resultar beneficiosa si no entramos en objetivos terapéuticos  concretos; sin embargo, y ocurre casi siempre, cuando alguien te viene con una metafísica de baratillo basada en la “regulación energética”,  pues nos echamos a temblar y encendemos todos los pilotos del escepticismo para que nuestro “iluminado” interlocutor lo perciba con toda claridad (nosotros somos así y así nos expresamos).

En el caso de alguna medicina alternativa muy simple, como el es caso de la cristaloterapia o gemoterapia,  nos encontramos con el uso de algunos elementos naturales, como cristales o piedras “curativas”, para regular la energía del personal. Sin embargo, y como tenemos que tirar de alguna cultura milenaria o hipótesis seudocientífica de andar por casa, se recurrirá en este caso a los chakras y al aura (que viene a ser un trasunto místico de un campo electromagnético o lo que la ficción fantacientífica  más comercial ha denominado en el cine “la fuerza”). Los chakras, que dan mucho juego en este divertido universo alternativo,  son centros de energía  que se localizan en el cuerpo humano, pero que nadie sensato ha localizado todavía; esta creencia hunde sus raíces en el hinduísmo y, según algunas corrientes, son seis; según otras, siete (según nuestro criterio, tal vez una o ninguna). Sobre la palabra “aura”, que sufre como tantas otras de anfibología , no consideramos que merezca la pena extenderse demasiado; como los chakras, pretende ser una energía o radiación, que en este caso rodea el cuerpo humano, fundada en la imaginación o en la praxis seudocientífica de algún investigador de lo paranormal.
Hay un cierto número de personas que practican el reiki, tal vez una de las terapias “energéticas” más conocidas. Entre nuestras experiencias al respecto, hay que destacar una que, a pesar del evidente rechazo escéptico que destilamos, tuvo una coletilla final que nos pareció muy razonable; después de explicar el rollo de la sanación a través de la imposición de manos canalizando lo que llaman algo así como “energía vital universal”, dijo: “bueno, si quieres creer en esto”. Decimos que nos gustó el comentario, ya que quedó claro, en la explicación de esta persona, que se trata de una cuestión de “creencia”; sigue dando un poquito de apuro recordar que no hay evidencia alguna para pensar que existe una energía universal, y que además pueden utilizar las personas para sanar al prójimo. Recordemos la muy divertida canción de Joaquín Sabina, “Como te digo una co te digo la o”, en la que una maruja diserta sobre múltiples cosas, entre ellas las religiones (“Ponme una de cada, que están rebajadas en El Corte Inglés”) y, asegurando que “es de cajón que algo tiene que haber", llega a afirmar: “Llámalo equis, me parece bien. Llámalo energía,  mejor todavía”.

Como ya hemos insistido, la línea de separación entre las terapias alternativas  y algo parecido a una religión (dogmas, al fin y al cabo, no sujetos a crítica alguna) es tremendamente delgada. Desgraciadamente, muchos otros practicantes de estas terapias han adoptado una actitud  defensiva e infantil ante el escepticismo  y la consecuente actitud crítica; nos gustaría decir lo contrario, pero de nuevo topamos con gente (supuestamente) racional e inteligente, que parece haber sido invadido por alguna suerte de virus de lo absurdo y alcanzado otra certeza absoluta e irracional (¿no lo son todas?). Insistiremos en lo necesario del conocimiento para afrontar cualquier situación en la vida y los subterfugios que emplean tantas veces los charlatanes de según qué terapias; la jerga científica, mal empleada, está entre ellos, como es el caso del término "cuántico" o la apelación a leyes de la termodinámica para querer justificar lo injustificable. Hasta aquí hemos llegado; es con estas cosas que te das cuenta del fracaso de la ciencia como herramienta liberadora en eso que llaman la modernidad. Si alguien trata de vincular con gratuidad y alegría una ley científica con un concepto místico de lo más elemental,  pues uno no sabe ya a qué atenerse. ¿Es atribuible el éxito de todo suerte de teorías místicas y mistéricas simplemente al desconocimiento? Creemos sinceramente que no, la sociedad y los seres humanos tenemos demasiados problemas y el asunto se convierte en más complejo, a pesar de que ya hemos dicho que no viene mal un poquito de cultura científica; al menos, con ello la gente no se embarcará en un batiburrillo seudocientífico de lo más penoso. En el caso que nos ocupa en el texto de hoy, es posible que ni siquiera merezca la pena hablar de seudociencia; recordemos al bueno de Bertrand Russell y su concepción de “hipótesis falsable”: si Dios no lo es, ya que no es posible demostrar su inexistencia, la idea de la existencia de una “energía vital universal” no entra tan fácilmente en esa categoría y puede ser refutada hasta por un escolar.
Cuando mencionamos las terapias energéticas, entre las que están las llamadas de “toque terapéutico”, algunas de estas personas que las imparten aseguran ser capaces de curar a un paciente a veces incluso sin tocarlo, ya que están dotados del don de detectar la consabida “energía vital” y de manipularla beneficiosamente. De acuerdo, si tenemos la imaginación y las tragaderas de aceptar que existe esa energía, puede que ya abramos la puerta a (casi) cualquier cosa; un motivo más para rechazar de raíz estas teorías peregrinas. Recordaremos una frase que, con seguridad y que nos disculpe el dueño de la cita, será recurrente en este blog: "Si la gente cree en cosas absurdas, es muy posible que acabe haciendo cosas absurdas".

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